Ya sabemos que la efectividad consiste en hacer bien las cosas correctas. Hacer bien es consecuencia de gestionar adecuadamente nuestros recursos. Hacer las cosas correctas es elegir en cada momento qué tiene sentido hacer para conseguir nuestros resultados, es decir, la efectividad tiene que ver con movernos de forma óptima entre la eficiencia y la eficacia.
Uno de los principales hábitos que hemos de interiorizar para desarrollar la competencia de la efectividad es el de enfriar el pensamiento, y para comprender mejor por qué es necesario desarrollar este hábito vamos a ver cómo funciona nuestra mente.
El cerebro humano es una impresionante maquinaria de precisión que se ha ido desarrollando a través de millones de años de evolución. En la prehistoria, el cerebro humano era muy simple y primitivo. Sencillamente se encargaba de todas aquellas funciones básicas relacionadas con la subsistencia como especie: controlar el corazón, respirar, comer, la reproducción, etc.
En una segunda etapa evolutiva el cerebro aumentó de tamaño, conformando lo que se conoce como el cerebro límbico, que nos permitió incorporar las emociones y los recuerdos a nuestras funciones básicas.
Ahora bien, el gran salto evolutivo se produce cuando se desarrolla el tercer cerebro, conocido como neocortex. Éste nos permite ser conscientes de nosotros mismos, comunicarnos, resolver problemas complejos, etc. En definitiva, nos permite ser racionales y diferenciarnos claramente del resto de especies animales.
Lo maravilloso de todo esto es que la mayor parte del trabajo mental que nuestro cerebro lleva a cabo se hace de forma silenciosa y automática, provocando impresiones, intuiciones y multitud de decisiones sin apenas darnos cuenta. Esto se debe a que nuestro cerebro usa dos sistemas de pensamiento que rige absolutamente todo nuestro comportamiento. Daniel Kahneman los denomina sistemas 1 y 2, Walter Mischel, caliente y frío y Daniel Goleman, superior e inferior. En definitiva, hablan de lo mismo, aunque desde distintos enfoques científicos.
Daniel Kahneman hace una descripción fabulosa del funcionamiento de ambos sistemas en el libro «Pensar rápido, pensar despacio».
El sistema frio precisa de ser activado a voluntad, ya que es muy perezoso. Su uso demanda una gran cantidad de energía, por lo que en pocas ocasiones es la opción preferente. Además, sólo es capaz de ocuparse de una cosa a la vez debido a que se ocupa de aquellas tareas más reflexivas y racionales. Funciona bajo control voluntario.
Por otro lado, el sistema caliente es impulsivo. Opera de forma automática y a gran velocidad. Es altamente eficiente desde el punto de vista energético y es capaz de ocuparse de varias cosas a la vez. Todo ello sin ningún tipo de sensación de control voluntario.
Tanto el sistema caliente como el frío permanecen activos cuando estamos despiertos. El sistema caliente funciona totalmente por su cuenta, respondiendo de inmediato a cualquier tipo de estímulo que perciben nuestros sentidos. Mientras tanto, el sistema frío permanece tranquilo, en palabras del propio Daniel Kahneman, «en un confortable modo de mínimo esfuerzo», de ahí que nos cueste tanto pensar.
El sistema caliente está constantemente tratando de despertar al sistema frío a través de sugerencias, percepciones, intuiciones, intenciones, ocurrencias, etc., calentándole la oreja, vamos. Cuando el sistema frío se deja convencer, algo que parece ser muy sencillo, surge el pensamiento supositorio, el comportamiento compulsivo e irracional, la procrastinación e incluso la generación de nuevas creencias basadas en informaciones o experiencias sin contrastar. ¿Qué impacto piensas que tiene esto en tu nivel de estrés?
Además, cuando tiene dudas y para seguir en sus treces, interrumpe al sistema frío para que trate de encontrar una solución o le proporcione una serie de instrucciones a seguir, todo ello en el mismo instante antojadizo en el que el sistema caliente decide activarse.
Por otro lado, el sistema caliente es un sabelotodo. Entra a trapo ante cualquier tipo de ilusión o percepción de sencillez, resultando muy complicado evitar los errores fruto del pensamiento intuitivo desinformado. Una de sus especialidades son las ilusiones cognitivas o de pensamiento.
En una realidad en la que la complejidad, la incertidumbre y la ambigüedad se han vuelto sistémicas y además estamos continuamente sometidos a impulsos tanto externos como internos, pararle los pies al sistema caliente es fundamental. Esto es lo que en OPTIMA LAB denominamos como enfriar el pensamiento.
Entonces, ¿por qué es tan importante enfriar el pensamiento para la efectividad?
En primer lugar, porque el sistema caliente es reactivo por naturaleza. Este hecho impide que podamos experimentar sensación de control, que se manifiesta cuando pasamos de la reactividad descontrolada a la reactividad controlada, y se mantiene cuando damos el salto a la proactividad.
En segundo lugar, porque a través de este hábito conseguimos gestionar de forma adecuada nuestra atención, que es el recurso más valioso que tenemos. Detener de inmediato cualquier tipo de estímulo, sea del tipo que sea, en el mismo momento en el que aparece, nos permitirá mantener el foco en el mismo punto en el que se encontraba.
Y en tercer lugar, porque enfriar el pensamiento nos permitirá comprometernos y centrarnos en lo que realmente aporta valor en cada momento, dejando de un lado, de forma temporal, aquello que podamos desarrollar en cualquier otro momento.
En definitiva, enfriar el pensamiento es un hábito compuesto que se debe aplicar en distintos niveles. Cuando algo capta nuestra atención, cuando pensamos y decidimos sobre aquello que nos ha llamado la atención y cuando tratamos de mantener nuestra sensación de control. Por suerte, metodologías de productividad personal como GTD® o de efectividad personal como OPTIMA3® disponen de técnicas que nos ayudan en este sentido.
Así es que ya sabes, si te cuesta centrarte, enfocarte y conseguir resultados, es probable que estés experimentando poca sensación de control. Enfriar el pensamiento es un hábito clave para tu efectividad.