Tal y como veíamos en el anterior post de esta serie sobre la procrastinación, según el investigador Piers Steel, existe una relación directa entre la motivación necesaria para hacer algo y el nivel de optimismo y confianza sobre nuestras capacidades para hacerlo. Sin duda existe un rasgo que caracteriza a las personas que tienen éxito, y es que creen en sus capacidades y confían en ellas. En este sentido, las creencias juegan un papel fundamental ya que pueden disparar o disminuir directamente nuestras expectativas. Creer que puedes hacer algo aumenta tu confianza y por tanto tu motivación. Por el contrario creer que no puedes hacerlo tiene el efecto contrario, acaba por convertirse en una profecía que se cumple por sí sóla.
La confianza en uno mismo es el primer secreto del éxito. En la confianza en uno mismo están comprendidas todas las demás virtudes. Si perdiera la confianza en mí mismo, tendría el universo en contra. Ralph Waldo Emerson
Como afirma Francisco Alcaide, «creer que uno puede lograr algo, moviliza a ir a por ello; creer que no puede, paraliza por la misma razón». La confianza en uno mismo es un músculo que se puede y se ha de entrenar. De nuevo Francisco Alcaide nos recuerda que «la acción alimenta la confianza; la pasividad y la indecisión agrandan los miedos». En última instancia cultivar la confianza en uno mismo es también cuestión de hábitos.
El optimismo es la tendencia a ver y a juzgar las cosas desde su aspecto más positivo o favorable. Optimismo y confianza también están relacionados. Cuanto más confianza tenemos en nosotros mismos, más optimistas somos y viceversa. Existen evidencias de que el optimismo mejora la salud y por tanto nuestra esperanza de vida. Nos invita a la acción permitiéndonos conseguir resultados, y también nos ayuda a despertar nuestra creatividad, ya que nuestro foco está en lo positivo en lugar de lo negativo. Ahora bien, según Piers Steel, desde el punto de vista de la procrastinación, el exceso de optimismo puede llevarnos al exceso de confianza y acabar quedándonos sentados esperando que algo bueno ocurra, como en la fábula de Esopo sobre la liebre y la tortuga.
Solemos pecar de exceso de optimismo por ejemplo cuando evaluamos el tiempo que nos llevará hacer algo. Sin ir más lejos ayer mismo pude verificar mediante una conversación con un amigo este hecho. Me contaba que se había embarcado en un proyecto para construir un «ala FPV». Se trata de un planeador ligero que lleva una pequeña cámara y que permite al piloto dirigir el planeador en primera persona desde tierra como si estuviese dentro de él. El caso es que en la conversación me decía que en una tarde lo tendría montado. Sin duda un claro ejemplo de exceso de optimismo, ya que un proyecto de ese calado puede llevar días e incluso semanas de trabajo.
Este exceso de optimismo que se produce al estimar cuánto tardaremos en hacer algo es un sesgo que nuestra memoria lleva incorporado. Cuando nuestra memoria trata de hacer esta estimación, mira hacia atrás tratando de recordar cuánto tardamos en hacer algo similar en alguna otra ocasión. El ejercicio de esta retrospección, acaba por acortar de forma automática el tiempo, eliminando incluso gran parte de todos los esfuerzos que serían necesarios e incluso algunos obstáculos que tendríamos que superar. Es decir, se trata de un sesgo optimista que sin duda acabará conduciéndonos al fracaso. Ésta es otra de las razones por las que planificar no tiene sentido en el trabajo del conocimiento. Cuando decimos qué vamos a hacer, cuándo y dónde, estamos pecando de optimistas. Como afirma el propio Piers Steel, «debemos encontrar un equilibrio entre el pesimismo sombrío y el optimismo de color de rosa».
Debería hacerse todo lo más sencillo posible, pero no más sencillo de la cuenta. Albert Einstein
Feffrey Vancouver, psicólogo de la Universidad de Ohio, especializado en el estudio de la motivación, encontró un relación entre el optimismo y motivación vinculada a la dificultad que vemos en lo que se pretende hacer. Sus estudios concluyeron que cuanto más sencillo nos resulta hacer algo más aumenta el optimismo, y que además, existe un punto crítico de optimismo en el que la motivación se dispara y a partir del cual cae conforme aumenta el optimismo. Esto explica que lleguemos a creer que las cosas acaban haciéndose sólas cuando son extremadamente simples o sencillas. Como decía Einstein, hemos de alcanzar un equilibrio en la sencillez de lo que hemos de hacer. Esto conduce hacia un optimismo equilibrado, o lo que yo llamo un optimismo consciente.
Desde el punto de vista de la efectividad personal, optimizar nuestro optimismo, implica ser capaces de encontrar el punto de equilibrio respecto a la dificultad que entraña hacer algo. En este punto de equilibrio nuestra motivación será alta, siendo conscientes además que si simplificamos en exceso las cosas acabaremos no haciéndolas. En este sentido, aprender a definir tu trabajo de forma correcta resultará clave para optimizar uno de los factores que influyen en el hábito de procrastinar, el optimismo. Definiendo de forma correcta tu trabajo estarás, entre otras cosas, optimizando el optimismo.